dimarts, 16 de febrer del 2010

Voz de cuerda


No hago más que echarte de menos. Los días se vuelven eternos en tu ausencia y no sé dónde agarrarme si no encuentro tu brazo atrapando mi cintura. Enloquezco si no te escucho y muero si no te veo. Este constante goteo de impaciencia salpica sin querer mis mejillas cansadas de esperarte. Mis labios, aún no han encontrado el refugio de los tuyos y mi aliento carece de sentido si no alimenta el tuyo.

Te extraño. Cada segundo es más cruel que anterior. Cada paso por las calles atestadas de gente trae consigo el recuerdo de aquel silencio lento y natural que alumbraba nuestro camino. No entiendo la lógica de lo que sucede pero creo que la única verdad que acompasada mi vida es la inverosímil.

Y es que sólo me quedas tú. Tu dulzura, tu paciencia, tu locura aterciopelada, tu voz de cuerdas graves pero de incalculable belleza…tú. Mis sueños se alimentan de aquel murmullo casi inaudible provocado por el roce de nuestros cuerpos, de aquella música, de aquellas melodías, de tus dedos dibujando sobre mi espalda y mis labios recorriendo tu cuello para recordar cada milímetro de tu piel.

Sé que sonará irrealista, pero me encanta sentirte así.

dissabte, 13 de febrer del 2010

Oscurece

Oscurece. El suave traqueteo del tren que me acerca hacía ti me adormece. El libro, que aún huele a biblioteca, parece no arrancarme del todo esta sensación de nervios e incertidumbre. Mi teléfono suena: tú. Un mensaje para confirmar mi inminente llegada, sonrío frente al cristal.

Y, por fin, apareces. No recordaba a ser más bello. Con un abrigo y un gorro que apenas dejaba adivinar el color de tu pelo me acercas hacia ti. Y allí estaban. Tus labios suaves, tiernos, rosados, y ahora fríos, buscaban los míos en un juego de adolescentes. Tus brazos atrapaban mi cuerpo y yo parecía no querer liberarme.

Llegamos a esa pequeña habitación después de compartir cena, paseo bajo un cielo de innumerables velas, besos y algo de locura infantil. El frío de esa eterna noche de febrero dejó paso al calor insaciable de nuestros cuerpos desnudos. Me dolía, tan solo, dejar de mirarte por miedo a despertar de algo que parecía un sueño.

Pero allí seguías tú. Allí seguían tus ojos de un azul casi imposible que escondían algo más que el color de un cielo otoñal. Y me miraban. Miraban mis ojos del color de una piedra preciosa, miraban mis manos, mi cuello y hasta mis pechos. Al mismo palpitar acompasado, tus labios no cesaban de recorrer mi cuerpo con la extraña obsesión de descubrir cada uno de mis rincones. Tus dedos fluían sin descanso sobre una piel empapada de tu aroma. Y por fin llegaste. Por fin descubriste en mí mucho más que mis risas. Sintiéndote cada vez una parte mayor de mí intentaba recordar cada una de tus respiraciones para guardarlas bajo llave. Mi lengua no dejaba de dibujar algo imposible sobre tu pecho, tus brazos y tu cuello. Éste, hipnotizaba mis sentidos y manejaba mis impulsos más allá de lo impensable.

Y desperté. Desperté y te vi a mi lado con tu brazo sobre mi pecho. Reposé sobre tus hombros algunos minutos mientras peinaba con los dedos un pelo irresistiblemente desordenado. El cielo de pronto despertó frente a mí: me miró, me acarició y me besó haciéndome sentir indescriptiblemente afortunada.

dimecres, 10 de febrer del 2010


Hoy, he vuelto a sonreír. Todavía no se cómo lo logras, pero es algo casi automático. Es ya bien entrada la noche cuando, por fin, consigues despertarme de este letargo y ya despunta el sol cuando, casi por casualidad, me acurruco entre tus palabras.
Sigo esperando que se acabe este día para desenvolver otro que me acerque un poco más a ti, pero sin embargo, no puedo obviar la inmensa belleza de este presente. Busco entre mis miedos dónde ha quedado tu lugar y no hallo más que el eco de algo lejano, vacío, ausente.
Siento no sentirte pero sintiéndolo te siento. Caprichoso juego el de las palabras que nos ha cubierto un mar que busca el infinito, pero no por ello dejo de sentirme como antes: alguien sin un rumbo fijo pero con un horizonte en la mirada; alguien, que no sabe lo que busca, pero que es feliz con lo que descubre; alguien, que, a pesar de tu ausencia física, sigue buscándote sin dejarse vencer por ese rincón donde guarda sus miedos y que ahora se encuentra lejano, vacio y ausente.

dimecres, 3 de febrer del 2010

Calida frialdad



Recordando cada una de las noches a tu lado, hoy me siento afortunada de tenerte cerca. Y digo cerca porque, aunque a quilómetros, eres el único capaz de arrancarme una tímida sonrisa. Días como el de hoy, hay cientos, pero no se de cuantas noches más podré gozar a tu lado y es por eso, por lo que intento retener cada una de tus palabras.

¡Es imposible imaginar mejor forma de gastar mis horas de sueño! Perdidos en la oscuridad de la noche y atrapados en la frialdad de los teclados, te conviertes en el confidente perfecto, en el amigo perfecto, te conviertes en una ilógica proyección a la que sigo enganchada. Y me encanta.

Me encanta esperar, desesperar y guardar cada uno de mis momentos para, en un impulso quizás de sentirme escuchada, contarte con detalles cada segundo. Imagino, quizás con egoísmo, un momento a tu lado. Pero no uno cualquiera, sino uno en el que pueda tocarte, acariciarte, contagiarte mi sonrisa y escrutar en tus pupilas.

Relato de un paseo





El sol despunta de nuevo sobre los tejados de Barcelona. Desde Monjuïc la fina capa de nubes que cubre la ciudad, parece abrazarla en un intento por proteger su silencio, su misterio. Y allí estoy yo, bajo la estatua de un hombre de metal, divisando entre los barcos y las velas una luna que se resigna a desaparecer del todo. Los pájaros, empiezan a despertar cubriendo el puerto de un extraño cantar, un cantar dolorido, pero a la vez imprescindible para reconstruir de nuevo un día que, sin duda, será distinto al anterior.

La noche, calurosa como de costumbre, me ha sorprendido meditando frente al teatro y, allí, me quedé esperando, más bien esperándote Y en ese triste y solitario banco de las Ramblas me di cuenta de todo lo que te extraño, que te tuve cerca, pero nunca lo suficiente. Que te rocé las manos, pero que nunca tuve valor para besártelas. Que te quiero, y que nunca seré lo bastante fuerte como para asumirlo…por eso lloro, y por eso me escondo…

Los turistas hablan y hablan en lenguajes que nunca podré descifrar. Me gusta saber que no soy la única que esconde palabras tras insinuaciones sin sentido. Algunos paran, algunos ríen, algunos se giran, pero nadie resta indiferente ante mi presencia. Quizá les sorprenda que en una capital del peso de Barcelona no todo sean solo apariencias, que detrás del conjunto sólido y perfecto del sistema que la mueve, puedan existir pequeños fallos en los engranajes…quizás nunca debí nacer aquí.

La ciudad condal es bella, grande, hermosa. En cada una de sus calles pareces viajar a través del tiempo y del espacio, pareces hallar lugares más especiales e imposibles del que descubriste ayer, y nunca sientes que quizás algún día todo pueda terminar, imposible…

Como imposible sonó en mis oídos tu adiós al partir. Tanto tiempo, tantas horas a tu lado y ahora todo parece ser solo un dibujo a lápiz fácil de borrar…como los retratos que poco a poco inundan Las Ramblas de vida. Y estatuas con vida surgen en sus fronteras. Una moneda cae frente a mí. Bajo los ojos y me descubro sentada, inmóvil frente a un quiosco, es ya mediodía. No he comido nada aún, y no siento hambre. Me levanto casi asustada del suelo, dejo la moneda. Un hombre con un sombrero de piel roto me mira con ojos dudosos, se avalancha hacia ella…me avergüenzo de mi misma.



Viajo sin u rumbo fijo. Observo. La avenida parece, hoy más que nunca, una penosa obra de teatro. Recuerdo, es sábado. La sociedad consumista y desesperada solo sale hoy de sus casas. “he visto unos pantalones guapísimos!”, oigo mientras contemplo un par de adolescentes vestidas con los mejores ropajes de las marcas mas caras. Me doy asco.

De repente, una imponente edificación se alza majestuosa ante mis ojos. La catedral de Barcelona. Me río frente a lo curioso que resulta encontrar un lugar de culto donde no existen dioses, no espirituales al menos. Todo parece derrumbarse, las paredes, los motivos, los valores, yo…

Recuerdo que hago allí. Hace tiempo optaste por borrarme, y aun me lamento de ello. Contengo unas lágrimas saladas como el mar que baña tus costas. Quizá uno de tus besos pudiera endulzarlas, pero estas lejos, muy lejos. Mar y tierra se disputan el hueco del olvido mientras me esfuerzo por volver a ser quien era por volver a ser yo, por volver a querer, por intentarlo, como mínimo.

Y así lejos de todo lo que creí ser, lejos de todo cuanto construir con golpes de orgullo me abandona tras la estela de dolor irreparable que quisiste engendrar. Y así te quiero, así te quise. Porque cundo por fin regrese a casa, solo encontrare lágrimas en una almohada blanca destinada a acoger nuestro amor. Porque cuando tu regreses, no estaré para esperarte, no estaré para tus lamentos, Porque cunado tu regreses, el mundo será tan negro que ni el mismo Satanás querrá habitar en sus abismos. Porque cuando tu regreses,, cuando llegues, quizás ya halla muerto.


MERCÈ FERRÉS RODRÍGUEZ
A: 4-IX-06

Cuentame


Anochezco, y casi amanezco, frente a ti. Es cierto, no como quisiera, pero intento no pensar en ello. Las frías noches de invierno dejan paso a un calor que proyecta mi imagen en la acera. Me siento desenfocada, confusa, borrosa. La miro perpleja y no logro reconocerme en ella. ¿Realmente soy yo quien anda de espaldas y con las manos en los bolsillos? ¿Soy yo quien intenta esconderse tras una pantalla pero, sin embargo, anhela el poder tocarte? No alcanzo a ver el momento de hacerlo.

Es cierto, no conozco tus anhelos, ni tus miedos, ni tus vicios escondidos. No entiendo por qué logras entenderme con tal aparente sencillez, por qué consigues hacerme sonreír cuando el día que dejo atrás ha torturado mis entrañas. Cuéntame cómo lo haces. Cuéntame cómo has logrado conocerme con apenas 24 horas, cuéntame cómo haces todo esto, cuéntamelo porque yo solo no puedo.

Y aquí estoy, parando el tiempo frente al ordenador, jugando al escondite con mi teléfono y esperando aun no sé a qué. Simplemente, intentando evitar un sueño que, sin previo aviso, traerá la misma melodía que algún día me enseñaste.

dissabte, 30 de gener del 2010

Melodías de habitación


Viendo anochecer a través de la ventana medio empañada repaso cada minuto de este día que se muere. Quizás no lo recuerde por una gran hazaña ni tan siquiera por una pequeña aventura en el metro per siempre me quedará esa canción, aquella que me acompañó al levantarme e instintivamente me arropa al intentar dormirme.

La anaranjada luz de esta ciudad mía, tan muerta a estas horas, impregna sin querer mi habitación que, aunque algo desordenada, mantiene intacto cada uno de mis momentos, parece incluso, que le guste extraer los secretos de mi almohada. Ahora, entre disimulados bostezos, la veo de otro color, de hecho, parece que cambie por segundos al ritmo de la ya conocida melodía.

Me pregunto por qué esto no sucede siempre así e intento relajar mi ritmo cardíaco. Eso es. El ritmo desenfrenado y sin escrúpulos que me impongo me impide disfrutar de tantas cosas, a mi sorpresa, cotidianas y minúsculas, que no hacen más que sorprenderme. Tantas formas, tantas texturas, tantos colores… Inmensa la fuerza inequívoca de unas simples notas musicales sonando con una lentitud casi natural.

¡Cómo me arrepiento de dejar morir mi mundo!